martes, 29 de octubre de 2013

La bomba molotov y el explosivo desinformativo



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La Ciudad de México parece tener un nuevo villano: los anarquistas, que en los medios masivos son equiparados con terroristas. Se nombran mucho como enemigos de la sociedad, pero quienes los acusan apenas saben definir lo que es el “anarquismo”. Aquí una explicación de porqué la bomba molotov cae cerca de un explosivo desinformativo.

(29 de octubre, 2013).- Veo el movimiento de sus manos desde que saca la molotov de su mochila y la enciende. Como en cámara lenta, lo veo tomar impulso y lanzarla contra la muralla de granaderos a unos 20 metros. Mientras la botella encendida traza su parábola en el aire, decenas de cámaras se levantan para documentar el momento en el que las llamas envuelven al policía. Sus compañeros, torpes, lo rocían con medio tanque de químico de extintor. Algunos medios ya tienen su portada con la palabra clave: “anarquistas”.


La imagen se reproducirá cientos de veces en los principales medios de comunicación, sin una nota sobre lo que significa ese concepto: “anarquistas”, quienes parecen ser los nuevos enemigos de la capital.


Según un texto del escritor y anarquista Ignacio de Llorens, esta corriente busca, sobre todo, la abolición de las instituciones que establecen un orden social. Para los anarquistas, esto no es un capricho ni ocurrencia, pues creen que la gente no nace buena ni mala, sino que es la sociedad, con su sistema de valores y sus instituciones, los que la llevan a un lado claro u oscuro de su personalidad.


En México, esta forma de acción y pensamiento cuenta ya con más de 100 años de presencia en la vida nacional. Con frecuencia se destaca la posición abiertamente anarquista de los hermanos Ricardo, Enrique y Jesús Flores Magón, quienes allanaron el camino para derrocar a Porfirio Díaz e iniciaron el proceso de la Revolución Mexicana.
Para condensar a aquellos que haces desmanes en los mítines, los medios han llamado “anarquistas” a todos, equivocando la definición (Foto: El Universal).
                
Ellos mismos reconocieron en su periódico, llamado Regeneración, que las acciones de Emiliano Zapata y su Ejército del Sur mostraban afinidad con el anarquismo, pues expropian la riqueza, hacen obra de anarquistas.


Posteriormente, en 1912, el anarquismo sindical fundaría la Casa del Obrero Mundial, una organización obrera en la línea de las grandes centrales del mundo de corte revolucionario: el Estado oprimía, fuera quien fuera el gobernante, así que la única solución no explorada era eliminarlo.

El anarquismo en el país fue apuntalado fuertemente cuando Lázaro Cárdenas recibió a los exiliados de la Guerra Civil Española, muchos de ellos anarquistas. En 1941, con su participación, se funda la Federación Anarquista Mexicana, quienes revivieron el periódico Regeneración.

Sin embargo, a mediados de la década de los 50 se da un cambio radical en la forma en la que el Estado concibe a sus ciudadanos y que desdibujó al movimiento anarquista en México: desde que el Estado francés adaptó y sistematizó las tácticas militares a contextos urbanos, creando los escuadrones de la muerte en la guerra contra Argelia de 1954, y difundiera estos conocimientos por América Latina y Estados Unidos, los anarquistas estuvieron bajo fuego.

Por esto, el anarquismo reconoce también el derecho a defenderse. Ven a las agresiones del Estado como brutalidades y piensan que las reformas estructurales, por ser de corte estatal, esconden más desigualdad, desinformación y pobreza.

La defensa a las agresiones del Estado-gobierno, como lo nombran algunos, se hace a través de la construcción de autonomía y de la organización horizontal. En México, así lo reconoce la “Coordinadora de sombras” en un comunicado lanzado en internet. Para esta coordinadora, “nuestros referentes son la solidaridad directa y la acción sin intermediarios”.

Actualmente existen varios grupos, algunos les llaman “células”, que operan sobre todo en contextos urbanos. Las más citadas en los medios de comunicación son Federación Anarquista Informal de México, Cruz Negra, y la Conspiración de las Células del Fuego.

Esto no significa que sean las únicas, que los anarquistas siempre participen en los mismos grupos o que se reúnan sólo con fines sediciosos.

Lo importante es la acción. El anarquismo vive de eso.

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La columna de granaderos, rehecha, avanza con los toletes en mano para vengar la afrenta. Ojos desorbitados, golpean a quién se les ponga enfrente. No encuentran al que les aventó la bomba, pero no van por él. Van a vaciar su enojo con la primera persona que encuentren. Golpean, patean, atacan hasta con su casco. Detienen a algunos, no importa si hicieron algo o no, ellos no investigan, ellos actúan.

Es su acción contra la acción directa del anarquismo. Esta puede ser insurreccionalista -enfrentamientos directos en momentos coyunturales- o de largo plazo y alcance. Luigi Fabbri, el escritor y agitador, decía que “entre los anarquistas, los hay que aprecian mucho más al que mata en un momento de rebelión violenta que al oscuro militante que con toda una vida de obras constantes determina cambios mucho más radicales en las conciencias y en los hechos”.

La “acción directa” en el anarquismo es toda actividad física que vulnera a los representantes de Estado y puede ser violenta o no. (Foto: Cuartoscuro).


Reconocen que es necesario mover al orden burgués de alguna forma; por esto, algunos se decantan por hacer propaganda por el hecho de que no es más que dirigir ataques a figuras representativas de este orden, personas o instituciones, para hacer tambalear al régimen o para inspirar a que más compañeros se unan a su lucha.

Para el Estado, esto es sólo una expresión de terrorismo.

Hay quien defiende la idea de que si se actúa de forma violenta sólo por venganza -o rencor, odio, rabia- se atenta contra el principio básico de justicia, pues la venganza va en contra de la vida comunitaria. Este es para muchos el objetivo más alto del anarquismo: el afán de establecer relaciones justas que trasciendan el odio.

La crítica al Estado nace precisamente de la crítica a la institucionalización de la violencia, por lo tanto, no es posible que se busque la liberación por medio de la violencia. Sólo el Estado administra la muerte y la vida de sus “súbditos”.

Sin embargo, todos asumen el principio básico de acción directa, como dice un panfleto italiano anarquista: “La revuelta necesita de todo, diarios y libros, armas y explosivos, reflexiones y blasfemias, venenos, puñales e incendios. El único problema interesante es cómo mezclarlos”.

El letargo es la única contradicción.

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Al día siguiente, los medios de derecha, enarbolando la foto del policía encendido, exclaman: ¡Vándalos! ¡Delincuentes!. Los periódicos de izquierda, con la misma foto, imploran que a esos encapuchados no les llamen anarquistas.

“¡Por lo que más quieran, por la memoria de los Flores Magón, de Librado Rivera, de Kropotkin, Proudhon, Malatesta y Durriti, no acepten decirle anarquista al primero que avienta una piedra y se cubre la cara!”, se difunde por Twitter.

No todo el que avienta piedras es anarquista; puede ser que sólo busque violencia por violencia; el real anarquismo busca cambiar al país. (Foto: Proceso)


Kaosenlared.net levanta una voz firme pero opacada entre el ruido de todos los medios: “los ‘intelectuales’ detentadores de la verdad absoluta han venido dando nombres de anarquistas “reales y auténticos”, curiosamente las menciones son sobre anarquistas muertos, como sí con ellos hubiera muerto el anarquismo. Así pues Malatesta, Magón y Kropotkin llenan las páginas de los diarios y los jóvenes solo alcanzan a ser un anarquista entrecomillado en la redacción; eso sí, nada se dice de las expresiones obreras, anarcosindicalistas, de los procesos de autonomía en los pueblos, de los colectivos estudiantiles, de las comunas y de las huelgas, esos anarquistas para los ‘intelectuales’ no existen hoy en día”.

El gobierno y los grandes medios de comunicación no ha tenido concesiones en hacer de los anarquistas sus enemigos favoritos. Los pintan como terroristas que buscan “eliminar cualquier orden”. Con esta excusa, han criminalizado a personas que, en muchos casos, ni siquiera son anarquistas.

El caso de los hermanos Cerezo es paradigmático: fueron acusados de haber hecho explotar bombas frente a sucursales de Banamex en 2001 y, por este motivo, fueron encarcelados siete años. La fiscalía nunca contó con pruebas para culparlos y, por el contrario, había otras que los exculpaban. Finalmente salieron libres tras un proceso plagado de irregularidades, probando que eran inocentes. A ellos se les calificó no sólo de anarquistas sino de guerrilleros, terroristas y sediciosos: las palabras favoritas para hacer de alguien un criminal.

Para el anarquismo, el gobierno se concentra sólo en los llamados a la acción directa que hacen los individuos u organizaciones anarquistas, que igualan a “acción violenta”, pero ignoran alevosamente que la acción directa contempla: organizaciones barriales y campesinas, creación de espacios de lectura, talleres, huertos urbanos, mesas de reflexión, edición de revistas, radios comunitarias y todo aquello que implique incidir de alguna forma en la liberación comunitaria.

Ignoran, o quieren ignorar, que el anarquismo es más que aventar una bomba.